miércoles, 25 de mayo de 2016

Timothy Snyder: ¿Por qué el izquierdista superficial llama "fascista" a todo el mundo?

Timothy Snyder, en conversación con Tony Judt, comenta la apropiación del discurso antifascista por parte del comunismo soviético. 
La llegada al poder de Hitler también trajo, después de aproximadamente un año, una completa reorientación de la política exterior soviética, tal como se expresó en la Internacional Comunista. Los soviéticos tomaron la bandera del antifascismo. Los comunistas ya no combatirían a cualquiera que estuviera a su derecha, empezando por los socialdemócratas. A partir de 1934 iban a formar alianzas electorales con partidos socialistas y a ganar elecciones en nombre de un Frente Popular. De este modo, el antifascismo le permite al comunismo soviético presentarse como una atractiva causa universal que une a todos los enemigos del fascismo. Pero este universalismo, dadas las circunstancias del momento, tuvo su mejor expresión en Francia. (Judt, T.; Thinking the Twentieth Century. New York, Penguin Press, 2012; p.178)
Los nazis son sólo el síntoma más perceptible de un enemigo que conviene presentar de manera difusa, primero enmarcándolo dentro del movimiento fascista general en Europa (lo cual es correcto) y luego extendiendo la etiqueta a cualquier colaborador real o imaginario de este movimiento. Gracias a la lógica del "si no eres mi amigo, eres mi enemigo", surge la costumbre de llamar "fascistas" a quienes no se incorporen a la causa universal de la que habla Snyder. Esta costumbre llega hasta nuestros días, adoptada por "izquierdistas" de inteligencia limitada que siguen usando el calificativo cuando ya ha perdido todo sentido (y referencia).

domingo, 22 de mayo de 2016

Stephen Hawking sobre su formación

En su sucinta autobiografía, Stephen Hawking comenta sus años de formación y su inclinación por la física y las matemáticas. Sorprende la seriedad con la cual asume su vocación, siendo apenas un adolescente.
Cuando llegué a los dos últimos cursos escolares quise especializarme en matemáticas y física. Había un profesor de matemáticas brillante, el señor Tahta, y además el colegio acababa de construir una nueva sala de matemáticas que el departamento utilizaba de aula. Sin embargo, mi padre se oponía con rotundidad porque pensaba que no había trabajo para los matemáticos más que como profesores. En realidad le habría gustado que hubiera estudiado medicina, pero yo no mostraba interés alguno en la biología, que me parecía demasiado descriptiva y no lo bastante esencial. Además, en el colegio no gozaba de gran prestigio. Los chicos más inteligentes hacían matemáticas y física, y los menos listos, biología.
Mi padre sabía que no iba a estudiar biología, pero me obligó a estudiar química y sólo un poco de matemáticas. Pensaba que así mantendría abiertas mis opciones científicas. Ahora soy profesor de matemáticas, pero no he recibido educación formal en esa disciplina desde que abandoné el colegio St. Albans a los diecisiete años. He tenido que aprender lo que sé a medida que iba avanzando. Supervisaba a estudiantes universitarios en Cambridge y sólo iba una semana por delante de ellos en el curso.
La física siempre fue la asignatura más aburrida del colegio porque era muy fácil y obvia. La química era mucho más divertida, porque no paraban de ocurrir cosas inesperadas, como explosiones. Sin embargo, la física y la astronomía me ofrecían la esperanza de comprender de donde veníamos y por qué estamos aquí. Quería entender las profundidades del universo. Tal vez lo haya conseguido hasta cierto punto, pero aún quiero saber muchas cosas. (Hawking, S.; Breve historia de mi vida. Barcelona, Crítica, 2014; p. 34-6)