miércoles, 8 de enero de 2014

Subrayando a Borges

Las calles de Buenos Aires ya son mi entraña
No las ávidas calles, incómodas de turba y ajetreo
Sino las calles desganadas del barrio
Casi invisibles de habituales
Enternecidas de penumbra y ocaso
Y aquellas más afuera, ajenas de árboles piadosos
Donde austeras casitas apenas se aventuran
Abrumadas por inmortales distancias
A perderse en la honda visión de cielo y llanura
Son para el solitario un promesa
Porque millares de almas singulares las pueblan
Únicas ante Dios y en el tiempo y sin duda preciosas
Hacia el Oeste, el Norte y el Sur se han desplegado
-y son también la patria- las calles
ojalá en estos versos que trazo estén esas banderas.
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...cuando la Recoleta se apague, se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte...
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Sólo después reflexioné
que aquella calle de la tarde era ajena,
que toda casa es un candelabro
donde la vida de los hombres arden
como velas aisladas,
que todo inmeditado paso nuestro
camina sobre Gólgotas.
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...cuando un arco bendijo
con los colores del perdón la tarde
y un olor a tierra mojada/ 
alentó los jardines...
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...con algún remordimiento
de mi complicidad en el resurgimiento del día
solicito mi casa
atónita y glacial en la luz blanca...
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Afortunadamente, el copioso estilo de la realidad no es el único, hay el del recuerdo también, cuya esencia no es la ramificación de los hechos, sino la perduración de rasgos aislados.
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Si el tiempo es sucesión, debemos reconocer que donde densidad mayor hay de hechos, más tiempo corre...

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“Señor Borges, yo habré estado en la cárcel muchas veces, pero siempre por homicidio”
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Mi padre había estrechado con él (el verbo es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo.
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Todo, según se sabe, ocurre inicialmente en otros países y a la larga en el nuestro.

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La tarde se había ahondado en ayeres...
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¿En qué ayer, en qué patios de Cartago, cae también esta lluvia?